lunes, 2 de abril de 2007

HOTELES CON HISTORIA 4ª ENTREGA. MONTECARLO.

Hotel París, plaza del casino. la tentación vive enfrente, donde suena la ruleta como el silbido de una cobra. Montecarlo, principado de Mónaco, Poco espacio y muchos rascacielos, cámaras de video por todas partes. la seguridad ante todo.
En lo que fue un nido de piratas del mediterraneo crece hoy este paraiso financiero mundial al que han huido para dejar de pagar muchos impuestos gentes de todo el mundo, españoles incluidos, claro. Con dinero e influencia podrían adjudicarnos la suite 855-856, que era la preferida de Sir Winston Churchill. En verdad no tiene mucha importancia pues puedes alojarte en la que utilizaba Errol Flynn, la de Julio Verne o Colette o la de los presidentes de la General Motors. El beau monde pasa por aquí, incluida una pareja de ficción, la que recrea Stefan Zweig en veinticuatro horas en la vida de una mujer. Un día, el hotel París necesitó de una ampliación. Cuatro pisos más sobre los cuatro que ya tenía. la empresa hizo cálculos y estos eran prohibitivos. nada se oponia, sin embargo, al optimismo capitalista del armador Onassis, eminencia gris del principado: "Esta,", dijo, "será la mejor vista sobre la bahia más bonita del mundo". Desde su terraza en la suite 855 - 856 Churchill, amigo del magnate griego, saboreaba su habano y un panorama único. A su derecha contemplaba la Cabeza de perro, la montaña con perfil canino y detrás el hermoso pueblo de La Turbie. La bahia, el mediterraneo, con Córcega al fondo. Cerca de La Turbie, Churchill, con su sentido de la historia lo sabía muy bien, se alza el monumento que señala el lugar por el que Julio Cesar penetró en Las Galias. Fue aquí donde Sir Winston sufrió uno de los más hondos disgustos de sus últimos años, cuando "Toby", su periquito, eligió la libertad, escapó por la ventana, y no volvió a saberse de él. También aquí, en este apartamento que en 1960 costaba ya un ojo de la cara, los principes de Mónaco, agasajaban a Victoria Eugenia, la ex- reina de España. Este era el hotel de Rainiero, la imagen de marca del principado. El lujo del viejo mundo, el perfume de los grandes, de Eduardo VII o Sara Berrnhardt, o de Nijinski el bailarín de oro, Verdi o Alejandro Dumas. El precio de las habitaciones, de los servicios, del restaurante, aleja a los intrusos. De paso hacía el casino conviene, te aconsejan, tocar la pierna de la estatua de Luis XIV: trae suerte, aunque bien es verdad que miles de ciudadanos se han ido a la ruina tras cumplir con el rito. Sale más barato tomar el pasaje que conduce a la piscina interior que se diría diseñada por Boticelli y que Onassis ordenó reconstruir después de que hubiera resultado dañada por las bombas de la RAF durante la guerra. Un conocido personaje de las encrucijadas mundanas escribió que el París es uno de esos hoteles inolvidables que hace que al verlo "se enriquezca tu corriente sanguinea aunque te encontrarás en él con todos los pelmazos que has evitado durante años". Sobre todo cuando se celebra el gran premio de F-1 y en el baile de la cruz roja, eso si, solo para exquisitas carteras.

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