

El foco de todo proceso es siempre la persona del acusado, un hombre de carne y hueso, con una historia individual y un cuadro único de cualidades, peculiaridades, circunstancias y normas de conducta. En este sentido, después de un penetratante análisis de la conducta y de la personalidad y moral humana de A. Eichmann no puede ser más desoladora. Lejos de ser un monstruo perverso y sádico, cuya crueldad fría y metódica le convierta en una encarnación diabólica del mal, Eichmann aparece a nuestros ojos como un verdugo obediente y ciego sin el menor rastro de satánica grandeza. Ser insignificante y mediocre, que ejecuta fielmente las ordenes recibidas, sin discutir su caracter monstruoso e inhumano y su aceptación de las doctrinas nacional socialistas para el total exterminio del pueblo judio, le convierten a decir de la autora en un símbolo grotesco y patético de la trivialidad del mal.
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