PRIMERA.- Entramos en el mundo llenos de aspiraciones a la felicidad y al goce y conservamos la insensata esperanza de realizarlas, hasta que el DESTINO nos atrapa rudamente y nos muestra que nada es nuestro, sino que todo es suyo, puesto que no solo tiene un derecho indiscutible sobre nuestras posesiones sino además sobre los brazos y las piernas, los ojos y las orejas. Luego viene la experiencia y nos enseña que la felicidad y el goce son puras quimeras que nos muestran una ilusión de las lejanias, mientras que el sufrimiento y el dolor son reales, que se manifiestan a si mismos inmediatamente sin necesitar la ilusión y la esperanza.
Si esta enseñanza da frutos , entonces cesamos de buscar la felicidad y el goce y solo procuramos escapar en lo posible al dolor y al sufrimiento. Reconocemos que lo mejor que se puede encontrar en el mundo es un presente indoloro, tranquilo y soportable.
Si lo alcanzamos, sabemos apreciarlo y nos guardamos mucho de estropearlo con un anhelo incesante de alegrias imaginarias o con angustiadas preocupaciones cara a un futuro siempre incierto, que por mucho que luchemos, no deja de estar en manos del destino.
Continuará.... con la segunda regla.
2 comentarios:
Si me lo permite Shopenhauer, diré que el destino no existe como entidad abstracta. Depende en gran medida del emisor, en este caso, el propio sujeto. Uno no está sujeto a "su propio destino", sino que uno crea "su propio destino" en base a sus expectativas.Es cierto que debemos contar con nuestras limitaciones, aunque es importante saber manejarlas o mejor aún, sustituirlas.Creo que de esta manera uno se puede acercar al lo que muchos llaman ilusamente "FELICIDAD".
Imperturbable ante cualquier acontecimiento que te suceda
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