
En posesión de estos cuatro puntos cardinales, resultaba bastante fácil fijar la posición de cualquier objeto en relación con otro conocido, establecer los itinerarios y desarrollar los viajes. Si el cielo estaba sereno se podía saber tanto de día como de noche , en la tierra o en el mar, la dirección en que uno se desplazaba. Pero con el cielo nublado, no siendo visible el sol durante la noche, era imposible fijar ningún rumbo con seguridad. En las travesias maritimas esta ausencia de orientación comportaba riesgos muy graves. Fue entonces cuando se hizo sentir la necesidad de un instrumento que con independencia del curso de los astros, indicase los puntos cardinales.
Este instrumento fue la brújula, basada en la propiedad de una piedra llamada magnetita, que se orienta siempre en la dirección norte - sur, debido a que está imantada como la misma tierra. En el siglo XIII, Petrus Pelegrinus escribió un pequeño tratado sobre la brújula y el magnetismo en general. Epístola de magnete.
En su época, la brújula ya se usaba en todos los mares conocidos y tenía una forma parecida a la actual. Consistía en un eje, o pivote alrededor del cual la aguja de magnetita o de metal imantado podía girar libremente. El pivote se había clavado en el centro de un circulo graduado que llevaba la indicación de los puntos cardinales, norte, sur, este y oeste. Esta aguja imantada puesta sobre la rosa de los vientos se llamó más tarde "compás de ruta" o " compás de mar". Los marinos conocían la dirección que llevaban pero no podían saber el punto exacto en el que se encontraban en un momento determinado.
Para conocer la latitud, es decir, la distancia al polo o al ecuador medida en grados, necesitaron el astrolabio o la ballestilla, que dan la altura de la estrella polar o la del sol a mediodia, teniendo en cuenta la fecha del año. Para conocer la longitud, es decir, la distancia a un meridiano determinado, tuvieron que inventar los relojes de precisión.
Historia y Vida. Extra nº 34. Jordán Verdaguer.


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